#6 - Pequeña princesa 2
Slayers Special #2 - Pequeña princesa |
A continuación podréis encontrar la traducción al español del sexto y último capítulo de la segunda novela de la saga Slayers Special, リトル・プリンセス2 (little princess 2). Es una secuela de uno de los anteriores capítulos, リトル・プリンセス (little princess).
La traducción está hecha directamente desde el japonés, usando como base los scans de la propia novela y utilizando para las imágenes todos los scans disponibles, tanto de su publicación en novela en edición física en 1992 como en edición digital en 2012.
Traducción, adaptación y revisión: shansito
para Lost Slayers – https://www.lost-slayers.net
Todo lo perteneciente a Slayers es © Hajime Kanzaka, Rui Araizumi, Kadokawa Shoten y otros, según proceda.
Slayers EX.: Pequeña princesa 2
—¡Alguien! ¡Que alguien me ayude!—se escuchó la voz de un anciano, cerca de donde el camino se cruzaba con el bosque.
—Es inútil, viejo. ¡Nadie va a venir!—se escuchó decir a otra voz vulgar.
Una persona sin agallas habría hecho como que no hubiese escuchado nada... pero yo, Lina Inverse, no era así. Así que sin dilación me puse en marcha en dirección a donde procedía la voz. Quizás algún viajero esté siendo atacado por algún asaltante de caminos o algo por el estilo. Lo que significa... ¡que podría pedir una recompensa por salvarle! Por cómo sonaba la voz, parecía no estar muy lejos. ¡Ahí estaba! Un anciano de pelo negro estaba tirado en el suelo. Cerca suya, con la espada en una mano, se encontraba ciertamente un bandido común de actitud tan fea como su cara. Como me esperaba, cerca de allí había otro par de bandidos junto a una joven chica.
—¡Alto ahí!
En cuanto grité, me acerqué corriendo al tipo más cercano.
—¿Qué?
El tipo levantó la espada. Saqué mi espada corta del cinto y cargué sin detenerme.
¡KIN!
En el momento que las dos hojas chocan, lo usé como punto de apoyo para hacer un medio giro y colarme por su zona desprotegida...
—¡Toma!
Levanté la mano derecha aún agarrando la empuñadura de la espada y golpeé al tipo en la barbilla con mi codo. El hombre se quejó y cayó al suelo.
No es nada. Era un matón como tantos otros que pueden encontrarse en cualquier ciudad.
—¡No te muevas!
Dirigí la mirada a de donde venía la voz... ¡ups! Dos hombres estaban sujetando a la chica, que tenía una espada en su cuello. Es un patrón que ya muy visto, pero suele funcionar.
—¡Ayúdame! —gritó la chica.
Era rubia y pequeña... ¡¿eh?!
—¡Si te mueves, la chica morirá!
¡Ignoré sus gritos y salí corriendo hacia los tres tipos!
—¡Oye! ¡Espera! ¡No te muevas...!—siguió diciendo el tipo.
¡Yo seguí ignorándole!
—¡¿Cómo te atreves a seguir viniendo?!
Mi patada en salto acertó en la rehén... en toda la cara de Raymia.
—Lo... lo siento por lo de antes... es que... resbalé...
Era cierta aldea pequeña cerca del camino principal. Estábamos en una mesa en una esquina del restaurante, y no dejaba de pedirle perdón a Raymia-san. La auténtica.
Ya me había encontrado antes con una impostora suya que me engañó... así que... la confundí con ella y por eso le di una patada en vez de darle una cálida bienvenida. Pero resultaba que era la auténtica princesa Raymia.
Vaya, qué risa.
Normalmente nos hubiéramos reído y eso hubiera sido todo, pero claro esta vez era más complicado, era la hija de un lord, y además iba con un asistente. Precisamente era este asistente el que estaba furioso.
—¡No basta con pedir perdón!
Era el hombre mayor quien gritaba, teniendo una marca azul en la frente. No parecía un buen compañero de viaje, pero era su escolta. Mientras, Raymia-san estaba sentada al otro lado de la mesa, jugando con una rosa en la mano. Quizás lo hacía solo por pasar el rato, pero así también cubría la huella de mi pie en su mejilla. Por cierto, ninguno de los dos estaba llevando ropas caras, seguramente irían de incógnito.
—¡La persona a la que has dado una patada es la hija del duque Tulardia, a quien el mismísimo archiduque le ha conferido sus territorios! ¡Y encima en la cara! Si la marca no desaparece, Raymia-sama... Raymia-sama... ¡tendrá que vivir el resto de su vida con esa cara graciosa!
—Así que "cara graciosa"...—Raymia-san le susurró al hombre, que enseguida bajó la cabeza.
—¡Ha... hahaha! ¡Perdóneme! ¡Me he ido un poco de la lengua! ¡Lo siento!
—Ya es suficiente. No hace falta pedir más perdón. Y no hace falta decir tanto princesa, princesa, a voces. Éste es un viaje de incógnito.
—Aah... como desee.
Qué suerte ♥ Parece que no hace falta disculparse más.
—Vaya, muchas gracias, princesa.—Dije bajando la cabeza. No es algo que me gustara hacer, pero no quedaba otra.
—Por cierto... por lo que puedo ver, eres una hechicera.
Asentí.
—Me lo imaginaba...
—Hasta un gato ciego uede darse cuenta de eso.
—... oye...
—¡Aaaaah, lo siento, me fui de la lengua!
Tras un instante, la chica volvió a hablar.
—Por cómo derrotaste a esos tres de antes pude ver que eres competente. Por tanto, hay algo que quisiera pedirte...—dijo, dejando caer la rosa bajo la mesa.
—Aaah...
No quería seguir escuchando, pero tampoco podía negarme después de haberle dado una patada.
—Lo cierto es que quisiera que fueses nuestra escolta.
—¿Escolta? —pregunté sin poder contenerme. —Si necesitas una escolta, ¿por qué no tener una escolta de soldados?
Si es que eres la auténtica princesa Raymia, pensé. No por tener un ayuda de cámara significaba que iba a ser la verdadera. Y el ayuda de cámara podía ser también falso. Por el momento no había nada que me hiciera pensar que podía ser una impostora, pero también era algo contradictorio el querer una escolta y no llevar guardias.
—Uf... me hubiera gustado hacerlo, pero... desafortunadamente, la situación económica de nuestro territorio no es muy buena...
—¡Princesa! No hable de esas cosas...
—No pasa nada. Necesita conocer la situación. —dijo la chica intentando calmar al hombre.
Aunque... sea cual sea la situación, no tiene nada que ver conmigo.
Con la mano izquierda la chica sacó una rosa sin espinas de debajo de la mesa.
—Creo que ya has oído los rumores, pero no hace mucho un ministro ambicioso de nuestro territorio cometió un acto de traición...
Sí, lo sabía.
—Desató un extraño golem que causó tantos daños a la ciudad que nos quedamos sin recursos para poder terminar de reconstruirla...
GUH
No... no será que...
—Va... vaya, tuvo que ser duro...haha...—pude decir con risa nerviosa y sudando abundantemente.
Maldita sea... Naga, serás... desapareció justo a tiempo...
—Sí, y encima el ministro no dejaba de decir “yo no lo hice” sin parar... en cualquier caso, no hay dinero para pagar a los soldados, y este hombre aquí, que nos lleva sirviendo desde hace muchos años, es el único que queda en palacio. Yo, que se supone soy una princesa, he acabado teniendo que tomar trabajos parciales haciendo flores artificiales... buaaa...—dijo mientras sacaba de a saber dónde una hoja suelta y la pegaba en la rosa con cinta verde.
Ya... ya veo...
El hombre puso la mano en el hombro de Raymia-san, que no dejaba de llorar.
—No llore, princesa. Aún sigue siendo un pibón.
—... ¿es que buscas pelea?
—¡ni... ni mucho menos! ¡Lo siento mucho! ¡Ha sido un lapsus!
Este hombre... ¿será que está aquí porque no podría encontrar otro trabajo si abandonase el castillo?
—En cualquier caso, no estoy en situación de poder hacer gastos...
Es de esperar. ¿En qué mundo se podría vivir con un trabajo a tiempo parcial de hacer flores artificiales?
—No me queda otra, tengo que ir a visitar a un pariente, el duque MacGarel de la ciudad de Figaro, y pedirle un préstamo... buaa...
—Ya... ya veo... qué duro...—dije asintiendo, tratando de mantener la calma.
—¡Por eso te pido ayuda! Ahora... no tengo dinero para pagarte, ¡pero lo haré cuando consiga dinero! ¡Y si eso te parece poco, te daré un masaje de hombros! ¡Te prepararé el té! ¡Podrás tratarme como a un perro!
—Princesa... ha acabado siendo muy servil...
—¡Viejo! ¡Como si tú no estuvieras peor...!
—... buaaa...
—... buaaa...
Por supuesto, no podía negarme a esta petición.
El viaje estaba yendo razonablemente bien. Por el camino, a Raymia-san la pillaron dos veces comiendo y marchándose sin pagar, Kranbe-san tuvo lapsus y se metió en problemas con matones en seis ocasiones, y en una ocasión nos atacó un grupo de bandidos, pero tampoco hay mucho que contar de eso.
Y así, los tres llegamos sin demasiados problemas a la ciudad de Figaro. La ciudad era aproximadamente del mismo tamaño que la ciudad de Tyrel, por donde había pasado recientemente, o tal vez ligeramente mayor. Pero de alguna manera, tenía la sensación de que el aire se notaba estancado. Comparado con la atmósfera fatigosa y la apariencia de la parte baja de la ciudad, las mansiones cercanas al castillo eran lujosas. En resumen, había una enorme diferencia entre los ricos y los pobres. En ciudades de este tipo lo normal es que los gobernantes sean ricos.
En cualquier caso, nada más llegar a la ciudad nos dirigimos directamente y sin rodeos hacia el castillo.
La verdad es que Raymia-san no tenía dinero como para que nos hubiéramos parado de camino.
—¡Alto!
—¡¿Quién sois?!
Había dos guardias de pie delante nuestra, junto a la puerta del castillo.
Raymia-san dio un paso adelante y habló con tono digno.
—¡Soy Raymia Ul Tulardia, hija del lord de Tyler, Radius Von Tulardia!
—¡Vaya mentira!
—......
Se había quedado sin palabras ante la respuesta de uno de los guardias.
—¡¿En qué te basas para decir eso?! —dijo espontáneamente Kranbe-san, con el ceño fruncido.
—¡En este grupo tan sospechoso que acompaña a la supuesta princesa!
—¡¿A quién llamas sospechosos?!
—¡A todos vosotros! ¡No os acompaña ninguna guardia de soldados, y vaya princesa sería vestida con harapos! ¡Y lo más importante, no ha llegado ninguna noticia de que fuese a venir ninguna princesa Tulardia!
—... ¿No avisaste de que ibas a venir? —susurré a Raymia-san.
—¡Si tuviera dinero para contratar a un mensajero, no tendría que salir corriendo para no pagar la comida!
Cierto. Y mientras estaba pensando eso...
—¡¿Qué pasa aquí?! ¡¿A qué viene tanto escándalo?!
Desde dentro se estaba acercando un soldado. Tenía adornos dorados en su armadura, lo que podría significar que tendría rango de oficial del cuerpo de guardia. Era un hombre maduro de complexión fuerte, pelo corto y mandíbula cuadrada.
—Ca... capitán Barel...—empezó a decir nervioso uno de los soldados.
Abrió la boca como para decir algo, pero yo fui más rápida.
—Capitán, no está educando a sus subordinados adecuadamente.
—... ¿Cómo? ¿Qué es lo que está diciendo con chulería la bajita sin pecho?
Diana.
—Dicen... que son el séquito de una princesa de Tyrel...
—Hehe...
Barel se rió ante el comentario de su subordinado, y sacó algunas monedas de cobre de su bolsillo.
—Idiotas. ¡¿No lo véis?! Os están intentando engañar. No tendríais tiempo suficiente en todo el día para escuchar todo lo que os querrían decir. Lo mejor que puede hacerse es darles algunas monedas para que se larguen. ¡Recordadlo! ¡Tomad, coged esto y largaos de aquí! —dijo, lanzando un puñado de monedas de cobre a nuestros pies.
—No me vengas con tonterías...
—¿Has dicho algo, pequeñaja? —preguntó mirando hacia mí.
—¡He dicho que no me vengas con tonterías! ¡¿Qué es eso de tirar unas simples monedas de cobre y reírte del honor y la situación de alguien?! ¡Raymia-san! ¡No recojas las monedas que este tipo ha tirado! ¡Es vergonzoso!
—Lina-san...
—¿Qué?
—No creo que sea muy persuasivo decir eso mientras estás recogiendo las monedas de cobre...
GUH
—No, es que... aunque sea una simple moneda de cobre, ¡el dinero es el dinero! ¡No podemos dejar que se malgaste!... ¡Además! Raymia-san, ¿no tienes ningún objeto que demuestre quién eres?
—Hablando de eso, tengo una carta que recibí de mi padre.
¿Y a qué esperas para enseñarla?
Empezó a rebuscar en una caja de rosas de papel.
—Ummm... esto no es, esto tampoco... ¿oh? Estoy segura que estaba aquí... a menos que la empeñase en una tienda de antigüedades para poder pagarnos el viaje...
¿Qué...?
—¡Ah no, aquí está! ¡Es verdad! ¡La usé como pase para hacer algunas de las flores de papel!
No me lo creo.
Le entregó una carta arrugada al capitán Barel. Por supuesto, no tenía intención de devolverle las monedas de cobre.
—Entréguesela al duque MacGarel y todo quedará aclarado.
—¿En... en serio?
Barel había perdido por un momento la compostura, dudando.
—En ese caso tendré que asegurarme...—dijo mientras su mano se dirigía al sello de la carta.
—Espero que estés preparado para lo que venga si haces eso.
—¡¿Qué quieres decir?!
—Un capitán abriendo la carta que un lord le envía a otro lord. Espero que el castigo no sea demasiado severo.
—Uuh... ¡e... en cualquier caso, esperad aquí! —dijo quedándose cada vez más pálido.
Se marchó llevando la carta en la mano.
Tuvimos que esperar un poco... bueno, bastante.
Un grupo de soldados se acercaba, rodeando al duque MacGarel. Al capitán Barel no se le veía por ningún lado.
—Por favor os ruego que disculpéis mi descuido. —dijo el duque MacGarel con expresión de no sentirlo en absoluto.
Estábamos en una habitación en las profundidades del castillo. Había nueve personas sentadas en la mesa, que estaba llena de platos. Nosotros tres, el duque MacGarel, y los cinco hijos del duque. El duque MacGarel aparentaba tener unos 40 años. No debería decirlo, pero tenía la apariencia de un pobretón larguilucho con una barba con la que intentaba ganar cierta dignidad pero hacía que destacara aún más su apariencia. Sus hijos, como su padre, parecían bastante mediocres.
Quizás fuese por esto que los platos que se encontraban en la mesa parecían ser bastante mundados para un lord que quería mostrar hospitalidad. Comparados con la grandeza de los interiores del castillo y las ropas del duque, era fácil ver que no éramos bienvenidos.
Pero aún así... nada de eso le importaban a Raymia-san y el viejo Kranbe-san. No dejaban de murmurar entre ellos mientras tenían los ojos pegados a todos y cada uno de los platos que había sobre la mesa.
—Mira, mira, viejo ♥ ¡La ensalada tiene aliño! ¡Vaya lujo!
—¡Ooooh! Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que comí un pescado más grande que la palma de mi mano...
—Eso de ahí... ¿es...? ¡carne de pollo! Aaah... quisiera poder guardarlas y llevármelas para que todos la vieron...
Eso... es muy triste.
—Por... por favor, comed antes de que se enfríe.
En cuando el duque dijo eso... sobra decir que comenzó una salvaje competición de comida.
—Pero... para que haya enviado a su propia hija en esta misión... vuestro padre parece estar en muchos problemas. —dijo el duque MacGarel tras esperar a que todos se calmaran, mientras se mesaba la barba con sus dedos.
—Sí... estoy tan avergonzada...—respondió sonrojada, mientras se guardaba un trozo de pollo en el bolsillo.
Y tan avergonzada, desde luego.
—Lo comprendo. Os daré la cantidad de dinero que vuestro padre indicaba en su carta. —dijo el duque MacGarel mirándome directamente a mí, tal vez pensando que yo era la ayuda de cámara de Raymia-san.
—¡¿De verdad?!
—Así es, os la entregaré. Y no será un préstamo. —añadió deprisa.
Acababa de decir algo sobre el dinero... ¿a qué venía?
Asentí con la cabeza.
Como dije antes, juzgando por la comida que nos habían preparado no parecía que fuésemos muy bienvenidos. Habíamos venido sin previo aviso y pedido una buena suma de dinero, así que era de esperar.
Pero era demasiado bueno para ser verdad.
Desconocía la cantidad descrita en la carta, pero aún así era del padre de Raymia-san. Tal vez fuese algo del estilo “5 monedas de plata, a ser posible”.
... no, no lo creo...
—¡No, no puede ser! —protestó el viejo Kranbe-san mientras limpiaba la salsa de su plato con un trozo de pan. —Le estamos muy agradecidos... y es verdad que Tulardia está en problemas. Pero, aún cuando hay relaciones de sangre de por medio, recibir tal cantidad de dinero sin nada a cambio pondría a mi señor en un brete.
—Entiendo... es cierto que puede ser así...—dijo el duque MacGarel con cara preocupada.
Vaya problema.
Si fuese por mí, la historia terminaría con un “gracias, lo aceptaré ♥”, pero cuando se es un lord hay que tener otras cosas en cuenta, como el honor, el orgullo y la reputación. Bueno, quizás sea algo que no se pueda impedir cuando se está al mando.
—Aún así, ya les he dicho que les prestaré el dinero y no pienso retirarlo. Me pregunto...—comenzó a decir el duque, quedándose en silencio un momento. —¿Qué tal entonces esto? En cualquier caso reunir tal cantidad de dinero llevaría un tiempo. Entre tanto, me gustaría que hiciesen algo.
—¿Algo? —preguntó Raymia-san al duque con expresión de duda.
—Pero... aún no se me ha ocurrido el qué.
Oh, venga.
—En cualquier caso, quiero que hagáis algo. A cambio, les entregaré el dinero a modo de honorarios. De esta manera mantendremos el honor.
—Ya veo. —asintió ruidosamente el viejo Kranbe-san.
—Comprendido. En ese caso, aceptamos generosamente su oferta.
El trabajo que nos pidió hacer el duque MacGarel era bastante simple. Al norte de la ciudad hay una pequeña fortaleza junto a un lago. Todo lo que había que hacer era entregarle una carta al anciano que vivía allí. Ahora retirado, era un antiguo ayudante.
En la ruta hacia el lago habían estado apareciendo bandidos recientemente, hasta que fueron exterminados por órdenes del duque MacGarel. Por lo que los 4 días que llevaría ir y volver serían bastante aburridos... o eso suponía.
—Un momento. —dije agarrando por el cuello al viejo Kranbe-san. Apenas estábamos en la tarde del primer día.
—¿Qu... qué ocurre, así de repente?
—¡¿Será que... te has olvidado la cartera?! —preguntó Raymia-san sorprendida.
Estos dos solo piensan en el dinero.
—¡No es eso! ¡Noto sed de sangre!
—Vaya, así que lo has notado, muchacha. —se escucharon cerca unos murmullos.
—¿Por qué no salís? ¿O es que tenéis miedo de tres personas?
—Hehe... vaya boquita que tienes... en ese caso, ¡haremos lo que deseas!
Ajá.
Los árboles a nuestro alrededor se mecían al tiempo que los murmullos. Entonces... empezaron a salir. Uno tras otro, ruidosamente. Habría como unos veinte o treinta. Estaba claro que los hombres que estaban saliendo... no eran simples bandidos. Todos estaban equipados con armaduras completas, espadas largas y cascos cubriéndoles toda la cara excepto los ojos. Además, todos habían salido tras la señal de uno de ellos, sus movimientos siendo los de alguien propiamente entrenado. En resumen, tal como yo lo veía, estos hombres estaban de alguna manera relacionados con algún ejército.
—Fu... no sé qué es lo que querréis, pero ¡no tenemos nada de dinero! —gritó de repente Raymia-san dando un paso adelante.
Es cierto que no había tenido dinero antes, pero en ese momento debía tener en el bolsillo algo de calderilla que le habría entregado el duque MacGarel.
—Así que en vez de dinero... ¡os pediré perdón!
—No... no servirá de nada que pidas perdón. —dijo el que parecía ser el líder del grupo. —Después de todo, no queremos dinero. Si no...
—¿Nuestra vida? —pregunté un poco a modo de broma.
—No. Queremos la carta que lleváis.
—¿Qu...? ¡¿Cómo sabéis lo de la carta?! —preguntó sorprendido el viejo Kranbe-san.
—No tengo por qué responder. —respondió el hombre. —Si nos entregáis la carta, salvaréis la vida. Incluso os pagaremos por ella.
—Por supuesto, aquí está la carta ♥
—¡¿Qué estás haciendo tan alegremente, Raymia-san?! ¡Así no recibirás nada del dinero del duque!
—Así es. Es todo un deshonor. —respondió por algún motivo el hombre a mi comentario.
—Ah, es verdad... bueno, en ese caso no puedo daros la carta.
—Fu... en ese caso no hay nada que hacer. Pensaba ayudaros si la entregabais sin más, pero...
—No tiene mucho sentido lo que dices...
—¡Y tú oyes demasiadas cosas! ¡A por ella!
—¡Sí!
A su comando, todos los hombres sacaron sus espadas a la vez. Las hojas brillaban con el sol del atardecer.
—Sí que eran débiles.
—Pero sabían correr muy bien.
—Y se les daba muy bien recoger a los que no podían moverse y desaparecer en un instante.
Era ya la noche del mismo día. Estábamos en la posada de una aldea. La conversación sobre la cena era, por supuesto, sobre los asaltantes de aquella tarde.
—Pero la pregunta es, ¿para qué querían la carta? ¿Y cómo sabían que nosotros la teníamos? —preguntó Raymia-san después de morder la pinza de un cangrejo frito.
—Tal vez... nos la han jugado.
—¿Qué quieres decir, Lina-san?
Terminé de tragar la carne que tenía en la boca.
—Para empezar, el hecho de que supieran que tenemos la carta hace que podamos suponer que hay algún espía en el entorno del duque MacGarel. Así que... esto es solo una hipótesis, pero si tuviera que suponer...—comencé a decir, bajando el tono de voz. —Seguramente el duque MacGarel está en conflicto con algún país o con otro lord... es decir, está en una situación prebélica.
—No puede ser...—dijo Raymia-san en un tono apagado.
—En ese caso, podría querer contactar con alguna persona o alguna organización, pero no podría hacerse descuidadamente ante los ojos del “enemigo”. Y ahí es donde nosotros entramos...
—Entonces... ¡¿nos ha usado como mensajeros?! —preguntó Kranbe-san.
—Es solo una hipótesis. Bien pueden estar usándonos para engañar a los enemigos, o somos simples señuelos mientras alguien más está llevando la verdadera carta... en cualquier caso, gracias al espía, nuestras caras y movimientos son conocidos por el “enemigo”...
—No puede ser... para empezar, el duque MacGarel nos ha dicho que nos daría el dinero sin reservas.
—Oooh... eso ha sido muy ingenuo, Raymia-san. —dije, moviendo un dedo. —Como representante de un lord no se puede responder sin más “oh qué suerte *corazón* gracias *corazón*” y aceptarlo sin más. Creo que lo dijo a sabiendas de que seguramente nos negaríamos a aceptarlo. Además, si lo pensamos con sentido común, aunque seáis parientes, aunque sea un lord, si se tuviera el dinero suficiente como para reconstruir todo un territorio, ¿crees que sería tan generoso como para darlo tan solo a cambio de entregar una carta? Y dices que sois parientes, pero no sois parientes muy cercanos, ¿verdad?
—Ah... uh...
Ambos se habían quedado sin saber qué decir a la vez.
—Pero no os preocupéis. —dije en tono casual moviendo la mano. —En cualquier caso para nosotros esto acabará pronto, en cuanto entreguemos la carta.
—Pero...
—No pasa nada. Para eso estoy yo aquí. No importa cuánta gente así nos podamos encontrar.
—Uh...
Aún así, Raymia-san y el viejo Kranbe-san seguían preocupados.
Bueno, estos dos no conocen mis habilidades, así que es normal que sigan así.
—Pero aún así, princesa... no importa lo que diga la carta o las verdaderas intenciones del duque MacGarel, ahora no podemos echarnos atrás.
—Eso es verdad, pero...
—¡En ese caso hay que seguir adelante! Mañana por la tarde llegaremos a nuestro destino. Puede haber otro ataque, pero bueno, si morimos pues estaremos muertos. Y bastaría con que encontrase a Fraon-sama y lo adoptase.
—... viejo... ¿es mi imaginación o cada vez que hablas es para decir algo malo?
—Yo... esto...
—¿Quién es ese tal Fraon-san? —pregunté mientras Raymia-san agarraba por el cuello al viejo Kranbe-san.
—Es mi primo. Sus padres fallecieron hace tiempo. Aparte de mí, era la única persona que tenía derecho a la sucesión como próximo lord. —respondió con aspecto desolado.
—¿Has dicho "era"?
—No hace mucho te conté como, cuando mi padre heredó el título, el ministro conspiró contra él.
—Sí.
—El plan del ministro pretendía expulsar a mi padre, presionar a Fraon para que tomara el título de lord y él se quedaría con el puesto de asistente, aunque en realidad sería quien estaría a cargo.
Un clásico gobierno títere.
—Fraon no estuvo involucrado en el asunto, pero cuando el plan del ministro fracasó y todo salió a la luz, hubo quien chismorreaba “¿seguro que realmente no estaba involucrado en la conspiración?”... así que al final no pudo aguantar más, renunció a sus derechos de sucesión y abandonó el castillo... tuvo que ser duro para él. Era una persona muy sensible.
Me dio la sensación de que se sonrojaba mientras hablaba.
—Kranbe-san, Kranbe-san. —le susurré al viejo. — ¿No será que Raymia-san y ese tal Fraon-san...?
—Es como piensas. Aunque no entiendo cómo alguien podría querer tener algo que ver con una chica tan...
—... viejo...
—¡Aaah! ¡No sabía que estabas escuchando, este viejo ha vuelto a meter la pata!
—¡¡No creas que vas a poder escapar tras decir algo así!!
Y así, la batalla a vida o muerte entre Raymia-san y el viejo Kranbe-san continuó hasta la medianoche.
El día siguiente fue un día totalmente inesperado.
Aunque lo daba por hecho no hubo ningún ataque, el tiempo pasó plácidamente y llegamos al lago sin ningún problema. Pero... no había ningún anciano en la fortaleza del lago, tan solo un trozo de papel. “Tenemos al anciano. Volved los tres dentro de cinco días con la carta. Si no lo hacéis, o si volvéis a informar al duque MacGarel, dad por seguro que el anciano morirá.”
Entonces... llegó el día prometido (¿?). Las profundas aguas azules del lago se mecían bajo el suave sol del atardecer. El bosque junto al lago solo tenía una apertura, donde se encontraba silenciosa la fortaleza de piedra, como una roca enorme. No había nadie cerca. O bien aún no habían llegado, o nos estaban esperando dentro.
—Y bien... ¿vamos dentro? —dije a Raymia-san y Kranbe-san, que se escondían bajo la sombra de un árbol.
—¿Es... estás segura de que deberíamos...?
—No, Lina-dono, ¿por qué no lo dejamos y abandonamos a este herén que ni siquiera conocemos? —dijo el viejo Kranbe-san.
... no es que me disgustase mucho esa opción, pero eso no arreglaría nada.
—¡De eso nada! ¿Acaso no lo hemos hablado ya? Si nos damos la vuelta no seremos capaces de reunir el dinero, y como ya nos conocen tampoco podríamos enviar a otros. Solo tenemos esta oportunidad y hay que encararla de frente.
—Ugh... no quiero morir tan joven...
Se les da demasiado bien darse por vencidos.
—Aunque te pongas a llorar no harás cambiar la situación. Si te adaptas a la situación y respondes como es debido, podrás hacer algo al respecto.
—Pero... ¿eso no es un poco “pasará lo que tenga que pasar”?
Se ha dado cuenta.
—¡Sea como sea, vamos allá! —dije saliendo del arbusto donde estaba escondida y comencé a caminar directa a la fortaleza. Raymia-san y Kranbe-san me siguieron a regañadientes.
Lo mejor hubiera sido poder acercarnos a la fortaleza escondiéndonos, pero los árboles alrededor eran tan gruesos que no dejaban espacio para ocultarnos. Y en el otro lado estaba el lago.
Por supuesto se me había pasado por la cabeza la idea de acercarme yo sola y lanzar un ataque sorpresa con hechizos desde el lago, pero existía la posibilidad de que nos estuvieran observando. En ese caso podrían haberlos hecho prisioneros mientras yo estuviese ocupada, y sería el fin. Así que tendré que intentar protegerlos como pueda y a la vez rescatar al rehén yo misma... si lo piensas, es muy duro. De normal hubiera pedido un aumento, pero seguro que Raymia-san no podría permitírselo...
Pero bueno, los enemigos también suelen hacer estupideces. Después de todo, no sabemos cómo es el anciano de la fortaleza, así que tras secuestrarle podrían haber dejado atrás a uno falso que nos dijese “ah, muchas gracias” y sin más se habrían hecho con la carta. ¿O quizás es que quieran matarnos en venganza de la paliza que les dimos antes?
Acabé llegando a la entrada de la fortaleza mientras pensaba todo esto. El gran portón estaba cerrado a cal y canto, y podía notarse el óxido. Entramos por una pequeña puerta de servicio en un lateral. Todo estaba igual que como lo encontramos hace cinco días. La única diferencia es que ahora estaba lleno de enemigos.
Si los enemigos fuesen del mismo nivel que los que nos encontramos, podría despacharlos sin problema y entrar sin preocupaciones, pero como les derrotamos como si nada, seguramente hayan reevaluado mis habilidades para esta ocasión. Es posible que por eso indicaran “cinco días” en la nota. Podría ser el tiempo que necesitaban para preparar sus fuerzas. Así que no hay que bajar la guardia.
Intenté notar algo desde el exterior. Estaba claro que dentro ocurría algo, pero no podía estar segura. Y detrás de mí los dos no dejaban de murmurar.
—¿Qué ocurre, Lina-san? ¿Por qué te has parado así ante la puerta?
—Lo sabía... mucho hablar pero al final tiene miedo... será fuerte pero sigue siendo una cría, o al menos tiene el pecho de una...
GUH
—Si no fueses mi cliente... te pegaría...
—¿Cómo que si no lo fuese? ¡Si me acabas de pegar ahora!
—¡Silencio! Y ahora... ¡adentro! —dije abriendo la puerta.
En cuanto lo hice, vi una armadura de placas delante de mí.
—¡Aaaaah!
—¡Nooooo!
—¡Aaaargh!
Di un grito y salté hacia atrás. Los tres lo hicimos.
Al otro lado de la puerta no había signos de que hubiese nadie, pero sí que lo había. Es cierto que hay quien sabe ocultar hasta cierto punto su presencia.
Pero la armadura no había dado ningún signo de haberse asustando. Tan solo estaba quieta, apuntando hacia el fondo de la habitación. Como diciendo... que fuésemos hacia allá.
Pues bien, es lo que habrá que hacer.
—Raymia-san, Kranbe-san, no os apartéis de mí. —dije, entrando al edificio y observando cuidadosamente todo alrededor.
Era una habitación pequeña, y al otro lado había una puerta que llevaba a otra habitación trasera. Por el momento apenas podía ver que en la habitación había una sola persona.
—¿Está el rehén ahí? —pregunté al pasar junto a la armadura.
Pero ésta se quedó quieta, apuntando aún al fondo de la habitación.
—Tienes boca, ¿no? ¿Por qué no respondes?
Pero la figura siguió estando callada.
En ese momento tuve una extraña sensación. Ciertamente esta armadura es del mismo tipo que los que nos atacaron anteriormente. Pero la atmósfera que la rodeaba era diferente. No sabía qué pensar... aunque estuviese delante de mí, no podía notar su presencia. En esta situación sería absurdo ocultar su presencia...
O será que... ¡¿era una armadura viviente?! Una armadura vacía poseída por un espíritu de nivel bajo, normalmente usada por hechiceros a modo de guardias. En ese caso, había al menos un hechicero entre nuestros enemigos.
—Um...
Sin dejar de observar la “armadura”, me dirigí en la dirección en la que apuntaba. Tras la puerta había un largo corredor tenuemente iluminado. Había puertas alineadas a un lado y a otro del mismo. Juzgando por la dirección a la que la “armadura” estaba apuntando, supuse que se refería al fondo del pasillo, pero no podía caminar por el mismo sin más. Si un enemigo se estaba ocultando tras alguna de las puertas, el pasillo acabaría abarrotado. Así que fuimos avanzando poco a poco comprobando todas las puertas, aunque fuese un trabajo muy pesado. No entraré en detalles de lo que había en cada habitación, pero en cualquier caso no había enemigos en ninguna de ellas.
Y al llegar al final del pasillo...
—Os estábamos esperando. —saludó una voz sin emoción.
Era un hombre extraño.
La habitación era bastante grande. Estaba escasamente iluminada con un único Lighting flotando cerca del techo, dándole un contraste tenebroso. El otro lado de la habitación estaba lleno de “armaduras”. Juzgando por su aspecto, seguramente también serían armaduras vivientes.
Solo había una persona de pie en el centro de la habitación. Una forma con capa negra y aspecto de hechicero. Su cara era como una máscara blanca sin expresión. O tal vez realmente estuviese llevando una máscara.
El hombre volvió a hablar.
—Os agradezco el haber aceptado mi ruda invitación. Mi nombre es Gol, a vuestro servicio...
Anda que... no pude contenerme y suspiré.
Ni que fuese un camarero en un restaurante, esta gente siempre va dando sus nombres...
Hay entonces dos posibilidades.
Por un lado, que seas conocido y uses tu nombre como una amenaza.
Por otro lado, si no pretendes dejar vivo a tu oponente.
Creo que no hace falta decir cuál es esta ocasión.
No es que creyera que esto fuese a acabar pacíficamente, pero cuando expresas tus intenciones tan abiertamente...
—¿Y bien? ¿Dónde está el rehén? —pregunté, teniendo a Raymia-san a un lado y a Kranbe-san al otro.
—Me temo que voy a tener que pedir que me entreguen antes la carta.
—Lo preguntaré una vez más. ¿Dónde está el rehén?
—Llevará un tiempo asegurarse de que la carta es auténtica. Una vez compruebe que lo es, os entregaré al rehén.
........
—¿Puedo preguntarle una cosa, Gol-san?
—¿El qué?
—¿Realmente quieres negociar?
—Sabes lo que son las líneas paralelas, ¿verdad? —dijo indiferentemente el hechicero Gol, sin cambiar su expresión.
—Creo que lo sé. —asentí. —En ese caso... es una declaración de guerra.
—Como puedes ver.
Y en cuanto el hechicero respondió... noté una sed de sangre detrás de mí.
Con toda la fuerza que pude, empujé a Raymia-san y Kranbe-san a un lado y al otro, y me lancé directa hacia Gol. Noté cierta sensación en la espalda a través de la capa. Una espada acababa de hacer un corte justo donde me encontraba hasta ese momento. Si no me hubiera movido entonces, o me hubiese dado la vuelta, no solo se habría cortado la capa.
Pude darme la vuelta y verle. ¿Dónde se había estado escondiendo? Era un hombre-bestia con una espada en la mano.
—¡¿Un hombre-gato?!
—¡Un leopardo! ¡Un pantera negra! —gritó protestando el hombre-bestia al oírme, olvidando atacar a los otros.
En ese momento los dos aprovecharon para escapar a izquierda y derecha, a cada lado de la habitación, pero... de esta manera, no podría proteger a ambos.
Pero bueno, había logrado distraer al enemigo por el momento.
—No es que haya mucha diferencia entre un gato negro y un pantera negra, ¿no? No se diferencian apenas en nada.
—¡Mentira! ¡Una burda mentira!
—Ya basta, Zecter. —dijo una voz justo detrás de mí.
Rápidamente me moví y corrí en dirección a Raymia-san.
Chin
Kachin kachin
Una multitud de “armaduras” comenzaron a moverse despacio hacia adelante. Habían bloqueado el camino entre nosotras y Kranbe-san.
—¡Princesa!
—¡Viejo! ¡No temas de ir al otro mundo! ¡Yo me encargaré de preparar tu incienso!
—......
Es en circunstancias de este tipo donde se muestran los verdaderos sentimientos de la gente.
Aún así, no podía abandonar al viejo.
—¡Flare Arrow!
Una docena de flechas de fuego aparecieron delante de mí. Sería inútiles contra las armaduras vivientes, pero tenían otro objetivo: el hechicero. Una vez que fuese derrotado no habría nada que temer, ya que todas las armaduras vivientes perderían a su líder. Además, con algo de suerte el hombre-bestia también sería derrotado de esta manera.
—¡Adelante!
En ese momento el hombre-bestia se movió. ¡Poniéndose justo ene medio de las flechas de fuego!
BUM
Las llamas surcaron el aire, explotando y esparciéndose. Como esperaba, las armaduras vivientes ni siquiera parecían haber sido dañadas. Y Gol aún estaba vivo.
Unos instantes antes que las flechas de fuego cayeran, el licántropo estaba delante de ellos, protegiendo con su cuerpo al hechicero.
—¿Pero qué...?—pude oír la voz de Kranbe-san. —Tirar tu vida así para proteger a otros...
GUH
—Fufu. Ridículo. ¿Quién haría algo así? —se escuchó la calmada voz del propio Zecter.
—¡No puede ser!
Esta vez fue mi propia voz. Sin duda alguna, el hombre-bestia había sido golpeado al menos por algunas flechas de fuego. Por regla general no se estaría a salvo si no se lleva una armadura protectora.
—Tengo una constitución peculiar. —dijo con una sonrisa en la comisura de los labios. —Un ataque como ése no servirá de nada.
Una constitución peculiar... como si algo así existiera. ¡¿O será que...?!
—No puede ser... ¡¿una quimera de demonio?!
—Lo dejaré a tu imaginación.
Juzgando por su expresión, ésa debía ser la respuesta correcta.
—¡Gol! ¡Presiónales un poco con tus “juguetes”!
—No son “juguetes”. Pero de acuerdo. —respondió el hechicero con expresión ausente, tras lo que movió la mano derecha.
Las armaduras vivientes comenzaron a moverse más rápido. A este paso, Kranbe-san...
Si el techo estuviese más alto, podría usar el Raywing para pasar por encima de sus cabezas llevando a Raymia-san y acercarnos a Kranbe-san...
Comencé a conjurar un hechizo mientras eché a correr hacia Kranbe-san. Raymia-san corría detrás de mí.
—¡De eso nada! —dijo Zecter poniéndose delante de mí.
—¡Bram Blazer!
Liberé el hechizo pero no hacia Zecter, ¡sino hacia el hechicero Gol!
—¡Maldita sea! —gritó Zecter sin poder contenerse.
¡El rayo de luz azul que había disparado atravesó a las armaduras vivientes e impactó en el hechicero!
GUGH
El hechicero Gol acabó chocando contra el muro, aplastado por las armaduras vivientes. Su cuello se ladeó y... ¡se le soltó la cabeza!
—¡Aaah! —gritó Raymia-san.
POM
La cabeza cayó al suelo haciendo un ruido seco. ¿Eh...?
—¡¿Era... una marioneta?!
Sí. Aunque estaba muy bien hecha, la cabeza del hechicero en el suelo era claramente la cabeza de una marioneta.
—Vaya... lo has descubierto...—dijo Zecter en un tono que no parecía hacerle gracia.
Este tipo... ¿hizo de escudo humano tan solo para que no se descubriera que era realmente una marioneta? Es todo un actor. Pero entonces, ¡¿dónde está el verdadero hechicero?! No creo que el hombre-bestia estuviese haciendo dos papeles a la vez. Usar magia para hacer que la marioneta se moviese, hacerla hablar, usar comandos para manejar las armaduras vivientes. Es algo que requeriría grandes dosis de concentración.
Debería estar en algún lugar cercano para poder controlarlo de manera tan perfecta, pero... ¡Claro! ¡¿Será que...?!
—¡Huyamos, Raymia-san! —grité a propósito.
—Pero...
—¡No pasa nada! ¡A este paso acabarán con nosotras! ¡Kranbe-san, volveremos a ayudarte!
—¡Desalmada! ¡Demonio! ¡Pecho plano!
Ignorando los gritos de Kranbe-san, la agarré de la mano y salimos corriendo por el pasillo por el que habíamos venido.
—¡No escaparéis! —gritó Zecter saliendo tras nosotras.
Estaba conjurando un hechizo mientras corría por el pasillo, pero al estar llevando de la mano a Raymia-san, no podíamos ir muy rápido.
Por supuesto esto era solo una estrategia, no tenía intención de abandonar al viejo. Hubiera querido explicarlo en condiciones, pero no es que tuviésemos tiempo. Por tanto... ¡ahí va!
Me saqué una moneda de oro del bolsillo y la tiré hacia el final del pasillo.
CLIN
—¡Ah! Ese sonido es... ¡una moneda de oro!
De repente cambió de expresión y se lanzó disparada en dirección al sonido.
... era muy fácil manejarla...
En cualquier caso, era una cosa menos. Y ahora...
—¡Elmekia Lance!
¡Me giré y lancé el hechizo! Considerando la estrechez del pasillo, sería muy difícil esquivarlo. Además, ésta era una técnica que atacaba la mente del oponente. No importa cómo de bueno era Zecter, no se libraría si le impacta de lleno.
—¡Ooh! —el hombre-bestia gritó y saltó alto. Tanto que... llegó hasta el techo. Menuda habilidad.
Cuando estuvimos antes comprobando las habitaciones, tal vez estaba precisamente colgado del techo y anulando su presencia. En cualquier caso, aunque no le pude derrotar, había ganado cierta distancia. Eché a correr y volví a conjurar un hechizo.
Agarré a Raymia-san del cuello, que había estado jugueteando con la moneda de oro que había tirado antes, y había llegado hasta el final del pasillo. Ahí estaba la habitación pequeña por la que entramos antes. La armadura solitaria que nos había dado la bienvenida seguía en la esquina de la habitación.
¡Lo sabía!
—¡Dam Brass!
—¡Maldición...!
¡Mi hechizo atravesó la armadura! Y con ella, al verdadero hechicero Gol. Anulando su presencia, había pretendido ser la armadura viviente y actuar como guía, controlando desde ahí a la marioneta. Cuando me di cuenta, dejé atrás a Kranbe-san y pretendí salir corriendo para atacar al verdadero. No podía dejar que cayera en manos del enemigo. Ahora las armaduras vivientes no son más que estatuas. ¡Solo queda acabar con el hombre-bestia y rescatar al viejo Kranbe-san!
A ser posible me gustaría capturar a Zecter con vida y escuchar qué tenga que decir acerca del rehén, pero no es un oponente que pueda tomar a la ligera.
—¡Ugh!
En cuanto vió lo que había pasado con el hechicero, se dio la vuelta y se dirigió de nuevo a la habitación central.
—¡Quédate aquí, Raymia-san! —grité y salí corriendo tras el hombre-bestia.
Cuando llegué a la habitación, Zectar estaba cargando con el inconsciente Kranbe-san y marchándose por otra puerta.
—¡No escaparás!
Me di prisa en seguirle. Pero mientras llevase consigo a Kranbe-san, no podría usar hechizos contra él. Y di por hecho que no serviría de nada usar el Sleeping.
Corrí a través de pasillos, girando esquinas... ¡vi la figura de Zector saliendo por una ventana!
—Hasta la próxima. —dijo, ¡y entonces saltó!
—¡Maldita sea!
Miré por la ventana y pude ver al hombre-bestia dirigiéndose directamente hacia el bosque. Salté también por la ventana y me puse a perseguir a Zecter.
Ugh...
Cuando llegué al bosque, Zecter y Kranbe-san ya habían desaparecido tras los árboles.
... qué desastre... no pude contener cierta sensación de derrota...
Pero... el incidente tomó entonces un extraño giro.
—¿Vas a salir corriendo con la cola entre las piernas?
Escuché una voz familiar cuando Raymia-san y yo nos estábamos acercando al bosque.
Era el día siguiente a la batalla de la fortaleza. Tras una noche discutiendo, decidimos que lo mejor sería regresar a la ciudad de Figaro a informar al duque MacGarel, pero...
Delante de nosotros apareció el hombre-bestia Zecter de detrás de los arbustos, seguido de varias figuras en armadura completa. Y esta vez sí que había algo dentro de las armaduras. Para mi sorpresa, uno de los hombres con armadura estaba sujetando firmemente al viejo Kranbe-san.
—No importa la edad ni la estatura, haber salido corriendo no es muy humano, ¿no? ¿Eh? —dijo Zecter con tono jocoso.
Pero... ¿por qué?
—En cualquier caso, me haré con la carta aunque tenga que mataros.
Raymia-san y yo nos miramos. Kranbe-san también tenía una expresión de duda en la cara.
¿Será que...?
De repente, se me ocurrió una idea.
—Escuchad, no os resistáis... si lo hacéis, este viejo...
—¡Dill Brand!
¡Centrado donde nos encontrábamos Raymia-san y yo, un área circular de la tierra salió volando por los aires!
—¡Ugh!
El hombre-bestia Zecter retrocedió.
—¡Oye! ¡Escucha cuando te hablan!
Sin esperar a que el polvo cayera, agarró su espada bastarda con una mano y la echó hacia un lado mientras acumulaba “ki”.
¡Guh! ¡La hoja de la espada brilló!
¡De la hoja salió disparada una onda de choque, fuese de magia o de energía, que cortó en dos el pillar de tierra producido por el Dill Brand a la altura de la cintura de un hombre!
—¡Ha! ¿Creíste que podrías usar una técnica así a modo de escudo? ¡Idiota! —dijo Zecter, triunfante.
Pero... cuando la tierra terminó de caer al suelo, no estábamos allí.
—¡¿Qué?! —gritó Zecter mirando a un lado y a otro.
—¡Allí arriba! —gritó alguien.
Pero ya era demasiado tarde.
POM
Al bajar, golpeé al hombre que tenía agarrado a Kranbe-san. El soldado A cayó inconsciente.
Nunca imaginé lo que Zecter iba a hacer, pero había usado el Dill Brand como pantalla de humo, no como ataque o defensa. Así pude escapar de los ojos del enemigo, llevando conmigo a Raymia usando un hechizo de vuelo de alta velocidad para subir dentro del pilar de tierra, y al dejarme caer, apunté al hombre que tenía a Kranbe-san.
—Ay ay ay ay ay...
Kranbe-san se había golpeado la espalda, pero parecía estar a salvo.
¡Tan pronto como aterricé, le pegué una patada en la cabeza al soldado A mientras intentaba levantarse!
GUH
Le di en la parte superior del casco, y parecía estar aún bastante bien, pero se agarraba la cabeza y gritaba. Aproveché la ocasión para agarrar a Raymia-san y Kranbe-san y escapar, que no dejaban de gritar “¡tontaina!”, “¡te mataré!”.
—¡Oye! ¡Apártate! ¡Estás en medio!
Los hombres con armadura intentaban acercarse, bloqueándose entre ellos el camino. Zecter no podía acercarse.
¡Era una buena ocasión!
—¡Gray Bomb!
Una luz apareció bajo los pies de los hombres, y entonces...
KABOM
¡Una gran explosión!
Una vez que el ruido y el polvo desaparecieron, solo quedaron los hombres unos encima de otros sobre el suelo. Zecter tuvo que haber escapado, no se le veía por ningún lado.
—Bueno, parece que lo hemos conseguido...—dije suspirando.
—Me alegro que estés bien, viejo...
—Pero lo dices con una expresión, princesa...
—Bueno... pero me alegro de volver a verte...
—Ni en sueños pensaron que la podría tener yo. Ni siquiera me registraron. —dijo Kranbe-san mientras sacaba algo del bolsillo.
Era la carta del duque MacGarel.
Si la hubiera llevado yo podría haberla perdido durante el combate, y si la hubiera tenido Raymia-san, el enemigo la podría haber atacado de enterarse. Pensé que entonces lo mejor sería que la tuviese Kranbe-san, pero...
—Es raro que yo lo diga, pero al contrario que la princesa, tengo mis propias virtudes.
—¿Al contrario que... quién?
—¡Ah, no, no! Quería decir...
—... bueno, sea como sea, ha habido suerte...
—No... tal vez no...
Eché un poco de agua a un lado suyo, estando junto a Raymia-san.
—... ¿eh? ¿Qué quieres decir, Lina-san?
—Explicaré la situación más tarde, pero antes de eso, por ahora... hay que quitarles los cascos a los caídos.
—¿Los... cascos...?
—¡Claro! ¡Para poder venderlos!
—¡Nada de eso! ¡Venga a quitárselos!
—Entiendo... vaya, vaya... quitarles sus cosas a humanos caídos... qué cosa más mala para que una princesa...
—Viejo... puedo oírte...
—¡No... no he dicho nada!
Sin dejar de murmurar, los dos empezaron a quitarles los cascos a los caídos.
—... ¿eh? —dijo de repente Raymia-san.
—¿Ocurre algo, princesa?
Fuimos los dos a donde estaba ella.
—Mira a este tipo. ¿No te resulta familiar? —dijo apuntando a su cara mientras sostenía su casco con la mano derecha.
—Mmm... ahora que lo dices...—dijo Kranbe-san ladeando la cabeza.
Complexión fuerte, pelo corto, mandíbula cuadrada.
—Es Barel. —respondí.
—... ¿Barel? ¿Quién es ése?
Nada, nada. Lo siguiente es...
—Raymia-san, Kranbe-san, voy a volver una vez más a la aldea junto al lago. Lo explicaré más tarde.
—¡Oooh, estáis a salvo, Raymia-dono! Había oído rumores sobre algún tipo de incidente. Estaba preocupado. —nos dio la bienvenida el duque MacGarel con una sonrisa.
Estábamos en la sala de audiencias del castillo. Había una alfombra roja con guardias alineados a cada lado. Estos lugares suelen contar con muy buen diseño. Y éste no era la excepción.
—Por cierto, duque MacGarel, sois malvado. —dije con una sonrisa en la cara.
Raymia-san y Kranbe-san estaban cada uno a un lado, agachando la cabeza.
—¿Cómo que... malvado?
—Por favor no os hagáis el tonto. Estoy hablando de la carta que nos entregasteis.
—Ah... esto...—empezó a decir, desapareciéndole la sonrisa. —No..., siento no habéroslo dicho. Iba a enviar a otra persona a hacerlo, pero han pasado tantas cosas que...
—Me temo que no es de eso de lo que estamos hablando. —dije levantándome.
La cara del duque MacGarel mostró su malestar.
—¿Ah... no?
—Me refiero a la carta que no tiene destinatario.
—¿Qué...?
—Cuando pregunté en la aldea cercana al lago, me dijeron que nadie habita en la fortaleza. Enviar una carta a alguien que no vive allí sería demasiado para una simple broma. ¿Cómo podría un asesino ir tras una carta que no tiene sentido?
—¡No... no se nada de eso! —dijo el duque MacGarel apartando la mirada.
—Además —seguí hablándole. —, el asesino tomó como rehén a un anciano que no debería estar allí, para intentar negociar con nosotros la entrega de la carta del duque. Es como si quisiera que las negociaciones no se llevaran realmente a cabo. Aparte, mientras tenía a Kranbe-san en su poder, ni siquiera le examinó y tan solo siguió con su cantinela de que le entregásemos la carta. ¿Por qué? ¿O será que el verdadero propósito del enemigo no era hacerse con la carta, sino acabar con nosotros fingiendo que estaba interesado en la carta? Y de ser así, ¿quién sería el objetivo? A pesar de haber sido atrapado el viejo Kranbe sobrevivió, así que él no es. Y es poco probable que fuese yo. Así que... viejo Kranbe, si algo le llegase a ocurrir a la duquesa Raymia, ¿quién heredaría el territorio de los Tulardia?
—Raymia-sama no tiene hermanos. —dijo Kranbe-san con voz alegre, aún mirando hacia abajo. —Ahora que se desconoce el paradero del primo Fraon-dono, en el improbable caso de que le ocurriese algo a la princesa...—siguió diciendo el viejo, levantando la cabeza y mirando al duque MacGarel. Estaba siguiendo mis instrucciones. —Entonces, al ser parientes, el derecho de herencia podría pasar a alguno de los hijos del duque MacGarel.
Los guardias comenzaron a murmurar.
—¡Ca... cállate! —dijo el duque MacGarel, levantándose del trono con la cara lívida. —¡Qué desagradable! Si estoy oyendo bien, ¡es como si hubiese planeado el asesinato de Reymia-dono para darle un territorio a mis hijos!
—No es “como si”, es que es eso. —dije apuntando directamente al duque MacGarel. —La razón por la que los asesinos tenían armaduras completas, incluso llevando cascos, era para ocultar sus caras y sus voces. No hubiera sido algo bueno si hubiéramos podido reconocer a alguno de ellos.
—¡Cállate!
—Seguramente comenzarían eligiendo solo a aquellos que podrían ser más problemáticos entre los soldados rasos, pero... fueron eliminados rápidamente. Por eso contrataron a profesionales. Un hechicero y un hombre-bestia. Pero... estuvo mal usar a tus propios soldados. Entre los asesinos derroté a cierto hombre... al capitán Barel, que tenía tan mala actitud... y que sin duda alguna era uno de vuestros soldados.
—¡¿Barel?!
—Lo cierto... es que no le veo desde hace tiempo...
Más murmullos entre los soldados.
—¡Cállate! ¡Cállate! —gritaba MacGarel, habiendo perdido del todo la compostura. —¡No puedes decir lo que quieras! ¡Esto es indignante! ¡Guardias! ¡Metedlos entre rejas!
Pero los guardias estaban confundidos por mis palabras y no se movían.
—¿Qué estáis haciendo? ¡Rápido, metedlos entre rejas!
Los guardias empezaron finalmente a moverse, acercándose a nosotros con expresión insondable.
—¡Quietos! —resonó una voz.
Hasta entonces Raymia-san se había mantenido en silencio. Pero entonces se enderezó encarando a los guardias. Estos se pararon de inmediato.
—¡Abrid los ojos! ¡Servís a un señor que usa engaños, tiene tratos con malvados y conspira para asesinar a otros y hacerse con sus territorios! ¡Si el honor de un caballero se basa en la justicia, entonces corregir las injusticias de su señor es también parte del deber de un caballero!
Los soldados quedaron en silencio.
Y aquí está el problema.
Cada uno de ellos está escuchando por un lado a un hombre confundido y diciendo cosas incomprensibles, y por otro a una chica guapa que, siguiendo mis consejos, les había hablado de temas que les llegaban al corazón a estos soldados uni-neuronales, como el “deber de un caballero”.
¿A quién creerán?
Pero no hay tanta ingenuidad en el mundo como para hacer que los soldados despierten sin más a la verdad y tiren al suelo sus armas con los ojos llenos de lágrimas.
En ese momento, las cabezas de los soldados no dejaban de hacer cálculos.
Tendría sentido si le hicieran caso a Raymia-san, pero el duque MacGarel será juzgado por el archiduque Ralteague, y su territorio será seguramente confiscado. Pero en este caso, todos ellos se quedarían en la calle junto con sus familias.
Si le hacen caso al duque MacGarel sus vidas seguirán a salvo, aunque perderán todo el honor y el orgullo.
Para prevenir que los soldados acabaran así, Raymia-san habló una última vez.
—Duque MacGarel. No tendría ningún sentido apresarnos ahora. Ya he enviado la carta junto con un testigo al archiduque Ralteague. Si aceptáis con bravura ser juzgado, habrá piedad tanto para vuestros hijos como para vuestros soldados.
Y con esto, teníamos a todos los soldados de nuestra parte.
Por supuesto, lo de la carta era mentira ♥
Si realmente hubiésemos enviado esa carta, y hubiera caído en manos de MacGarel, la situación hubiera sido totalmente diferente. Dependiendo de la situación, este tipo de negociación puede basarse básicamente en fanfarronear.
—¡O... oye! ¡Impertinente! ¡Guardias! ¿Qué hacéis? ¡Apresadla!
Pero a pesar de los gritos, los soldados no iban a moverse bajo ninguna circunstancia, y se quedaron mirándole.
—¡Esto es...!
Soltando un gruñido, se giró y salió corriendo de la sala de audiencias.
—¡No escaparás! —grité y salí corriendo tras él.
Por alguna razón, Raymia-san, Kranbe-san y los soldados se quedaron atrás.
MacGarel atravesó el pasillo y salió al patio.
UOO
Una sombra negra salió de uno de los arbustos y se colocó delante suya. ¡El hombre-bestia Zecter!
—¡Así que estabas aquí! —dijo MacGarel. —¿Qué vas a hacer ahora? Tu plan...
—Estoy enterado de la situación, MacGarel-dono. —dijo el hombre-bestia interrumpiendo las palabras de MacGarel.
... ¿eh?
—¿Ah, sí? ¡Pues habla rápido! ¡Y mátales! ¡Con tus propias manos! ¡Acaba con todos sin dejar ni a uno solo!
Sin decir nada, el hombre-bestia Zecter blandió su arma.
—Mantente atrás. —dijo y se dirigió hacia mí.
Empecé a conjurar un pequeño hechizo.
Pero entonces... ¡Zecter hizo su movimiento!
ZAN
Se giró y atacó con su espada, ¡cortando a MacGarel con un solo golpe!
Me quedé sin saber cómo reaccionar.
—... ¿a qué ha venido...?
—¿A qué? Pues... a que este tipo ya no iba a poder pagarme. Por eso. —respondió calmadamente, guardando su espada en su vaina. —En vez de dinero, se me ha pagado con el funeral de Gol... sabiendo que ya no podría escapar, se arrepintió de lo que había hecho y se suicidó... no es una mala situación para vosotros, ¿no?
—Bueno, sí... pero...—dije con cara amarga. Algo me estaba preocupando.—No me gusta cómo haces las cosas.
—Déjalo estar. No mato a nadie por dinero. —dijo Zecter mientras se retiraba lentamente. —¿Acaso tú harías algo diferente?
—Yo... solo derroto a aquellos que no me gustan. Eso es todo.
—Hehe... por cierto, aún no sé cuál es tu nombre.
—Soy Lina. Lina Inverse.
—Lo recordaré... en caso de que nos volvamos a encontrar.
Y mientras decía eso... Zecter se giró, corrió por el patio y saltó por encima del muro.
En ese momento... se me ocurrió algo.
—¡Ray Wing!
Conjuré un hechizo de vuelto de alta velocidad y perseguí al hombre-bestia.
A la salida de la ciudad, tras asegurarme que era un lugar seguro sin nadie cerca, le adelanté y aterricé justo delante suya.
—... ¿por qué me has seguido? —dijo el hombre-bestia mientras agarraba el pomo de su espada conforme se acercaba a mí.
—Quería confirmar algo. —dije alejándome algo de él. —MacGarel dijo algo acerca de “un plan tuyo”. Y cuando llegamos a la fortaleza, ya estabas allí. Pensé sin más que serías un asesino contratado por MacGarel, pero parece que eso no es así...
El hombre-bestia se rió.
—Ya veo... entonces, ¿quién soy en realidad?
—¿No sería Fraon el nombre que tendrías cuando eras humano?
—... ya veo...
El cuerpo del hombre-bestia empezó a temblar. ¡Se estaba transformando! El pelo que le recubría el cuerpo se iba volviendo más y más fino, y el contorno se iba distorsionando. Tras un momento... había un hombre delante de mí. Con pelo negro, físico de buenas proporciones y una cara agradable.
—¿Te lo ha contado Raymia, o quizás Kranbe? —dijo Fraon con voz calmada.
Hasta el tono de su voz había cambiado.
—Aún así es sorprendente que hayas descubierto mi verdadera identidad.
—Algo así, aunque tenía mis dudas. Tenías demasiada influencia sobre MacGarel como para ser un simple mercenario, y haberle matado sólo porque no podría pagarte... imagino que MacGarel conocía tu nombre verdadero, por eso le mataste. Lo que significa que no te has dado por vencido en tu venganza contra los Tulardia.
—... no puedes entenderlo. La sensación de que te estén apuntando con el dedo constantemente por culpa de algo sobre lo que no tenías control alguno era insoportable... si me lo hubieran contado todo desde el principio aún podría haberse dado el caso de un malentendimiento... abandoné el castillo y comencé un viaje sin rumbo. Mi deseo de venganza contra la gente que me había echado creció y creció, pero no tenía el poder para hacer nada... hasta que un día conocí a un hombre. Ese hombre me lo ofreció. El poder para ser una bestia. Y me lo contó. Cómo poder aprovecharme de las ambiciones de MacGarel.
—... ¿quién... quién fue ese hombre?
—No te lo puedo decir... no lo diría ni aunque supiera quién es. En cualquier caso... podría decirse que ahora tenemos un buen motivo para matarnos el uno al otro, tú y yo.
—Sabiendo lo que me has contado, no puedo dejarte ir...
—Y yo no puedo dejarte vivir sabiendo lo que sabes...—fijo Fraon desenvainando su espada.
Y entonces... comenzó el combate.
—¡Lina-san!
Raymia-san tenía una expresión preocupada en la cara.
—Cuando fuiste tras ese hombre-bestia y al ver que no volvías, pensamos que habría acabado contigo. —dijo Kranbe-san.
—Quedaban algunas piezas del rompecabezas. —dije sonriendo.
Aunque era una sonrisa un tanto incómoda.
Y así acaba. Al final, gracias a los consejos de Raymia-san, se pudo impedir la destrucción del territorio de MacGarel. Lo heredará su hijo mayor, así que parece que las cosas comenzaban a calmarse. La verdad sobre Zecter Fraon me la guardé para mí. Sería muy duro para Raymia-san, y a Kranbe-san seguro que se le escaparía decir algo. Mejor que no supieran nada.
La mayoría de los problemas ya habían sido resueltos, quedando apenas una cosa. Dejé escapar un fuerte suspiro mientras miraba las brillantes llamas de la fogata. Esa noche tocaba, por supuesto, dormir a la intemperie.
—Venga, venga, Lina-san, no podemos parar.
Volví a suspirar al escuchar a Raymia-san, cogiendo una rosa sin hojas de la caja y envolviéndola con cinta.
—Ya que me he quedado sin ahorros y no pude ganar lo suficiente vendiendo flores artificiales, ahora ni siquiera puedo pagar sus honorarios. Por favor considera esto parte del trabajo, estoy segura de que lo harás muy bien.
—Lo que significa... que mis honorarios subirán aún más...
—De eso nada. Si lo haces, ¡dañarás el buen nombre de los Tulardia!
... y así... hasta que regresamos al territorio de los Tulardia, estuve haciendo flores de papel un largo tiempo.
... buaaa...
Slayers EX.: Pequeña princesa 2 - FIN |